El viaje

EL VIAJE
- Está todo listo para tu partida.
Asintió Inés, la agente de viajes.
- En dos días salís vía Chile, hacés escala en Madrid y desde allí en viaje directo hacia Asturias.
Me entregó los pasajes y nos despedimos con un abrazo.
Hacía tiempo que necesitaba alejarme. Mi vida había tomado un rumbo inesperado. Todo aquello por lo que trabajé durante tantos años ahora se derrumbaba con la velocidad de un castillo de naipes.
Apesadumbrada, perdida y sin rumbo, como nave sin timón, pensé que mi única alternativa era abrir el corazón a la esperanza. Y fue así que, a través de un sueño revelador en que se me presentó mi abuelo, decidí viajar a mis orígenes, para volver sobre mis entrañas y tal vez poder descubrir aquello que tanto había buscado.
Armé mis valijas, salí de casa y cerrando la puerta dejé tras ella el rencor, la ira y así pude partir con mi alma fragmentada pero despojada de aquellos sentimientos pedregosos que hacían aún más pesada mi carga.
Mi abuelo era un inmigrante español, proveniente del pueblo de Avilés, en Asturias. Su rostro, raído por el tiempo, denotaba un gran esfuerzo de trabajo y sacrificio. Sus ojos, siempre brillosos, reflejaban la nostalgia por el terruño. De pocas palabras amistosas, pero presto a los abrazos, nos dedicaba tiempo a contar historias de su pueblo natal. A mí, la que más me impactó fue la historia de las Xanas, hadas caprichosas, de cabello rubio y hermosura sin igual, que viven cerca de las fuentes. Como no pueden dar de mamar a sus hijos, a veces los cambian por los hijos de los mortales.
De niña esa historia me fascinó. De imaginación frondosa y sensible a las creencias míticas, pensaba: - ¿Y si soy la hija de una Xana? Luego me respondía a mía misma diciendo que eso era imposible, ya que no había nacido en Avilés de donde se provenía su leyenda, y además no contaba con cabellera dorada y entre mis virtudes no se encontraba precisamente la belleza.
Cuando fui creciendo mis fábulas se fueron esfumando, como nubes correteadas por el viento. Me convertí en una persona exitosa profesionalmente, de carácter firme y con los pies sobre la tierra, escéptica, dejando de lado mis percepciones y concluyendo siempre sobre lo concreto. Al menos eso creía, antes de aquellos sucesos que hicieron desmoronar algunas de mis creencias, logrando replantearme todas aquellas actitudes.
El viaje fue largo y angustiante. Seguramente lo sentí así porque mi ansiedad lo superaba todo. No podía esperar llegar al lugar de mi abuelo, al de las ninfas que tanto me habían acompañado durante mi infancia y que luego en la madurez absurda había abandonado.
Cuando llegué, ¡no podía creerlo! Avilés se había convertido un una ciudad industrializada. Recorrí sus 25 kilómetros de punta a punta. Rodeado al norte por el mar Cantábrico, toda su superficie se reparte entre la rasa costera y los montes que lo cierran por el sur.
Busqué los rastros de mis ancestros, pero fue muy difícil, ya que en tantos años todo había cambiado y sin un contacto sería prácticamente imposible encontrar aunque más no sea, aquella fuente...
Recorrí sus calles, sus negocios, pregunté a su gente, y descubrí que la leyenda seguía viva. Sólo tenía que dirigirme al bosque y esperar la noche...
Así lo hice. Me encaminé presta y temblorosa, recordando el consejo de los lugareños de no acercarme para evitar el hechizo, sintiéndome una chiquilla cometiendo una travesura o una locura, ¿tal vez? Nada me importó.
La noche cayó sobre aquel hermoso valle, la oscuridad impedía contemplar el lugar, pero de pronto, una luna refulgente iluminaba aquella fuente. El pavor de mis ojos se reflejó en los latidos de mi corazón que golpeteaban fuerte y escandalosamente. Un escalofrío seco y profundo recorrió toda mi piel, mi cuerpo fue invadido por una parálisis momentánea preso del asombro y a la vez de una fascinación capaz de transportar mi alma a los más recónditos lugares de la ensoñación...
Esa noche descubrí muchas cosas, pero sobre todo regresé sobre mis pasos y fui capaz de mirar hacia mis adentros, hacia lo más profundo de mí ser, mi propia esencia, mi instinto al que nunca debería haber dejado de lado. Fui otra vez aquella niña incrédula e inocente, soñadora, inquieta y libre...
Ahora que ya pasaron varios años de aquel viaje revelador estoy embarazada, me encuentro feliz y despojada de todo temor, sólo me asalta una duda: -¿Podré amamantar a mi bebé?...

Patricia Méndez